"La gota horada la piedra no por su fuerza sino por su constancia".
Ovidio
Dado
la escasez de temas puntuales durante esta semana, salvo la gira de SS
Francisco a Chile y Perú, a la cual prefiero no referirme, aprovecharé
para volver a proponer un tema que me tiene obsesionado desde hace años y
sobre el cual he escrito muchas veces, obviamente sin éxito alguno.-
Vivimos
en la Argentina, aproximadamente, 42 millones de personas, de de las
cuales un 30% se encuentra bajo la lÃnea de pobreza; en consecuencia,
podemos considerar que aquà hay menos de 30 millones de potenciales
consumidores. Si nos comparamos con Brasil, por ejemplo, que ha
duplicado su población en 50 años y hoy cuenta con 210 millones de
habitantes, o con China o India, donde hay muchos miles de seres
humanos, resulta fácil comprender que, entre nosotros, no puede florecer
ninguna industria que necesite gran escala para vender su producción a
precios competitivos.
Por
ello, resulta necesario preguntarnos qué debemos hacer para abrirnos al
mundo, lograr venderle lo que fabricamos y, sobre todo, cómo permitir a
todos nuestros conciudadanos acceder a esos bienes, cuando otros paÃses
los ofrecen a valores sensiblemente inferiores. La receta es tan
elemental y conocida que resulta raro que aún no la hayamos aplicado.
La
persistente falta de seguridad jurÃdica y, hasta hace poco tiempo,
también cambiaria, retrae a los capitales a la hora de poner dinero en
las empresas (decÃan: "aquà uno se entera si es rico o pobre por los titulares de los diarios del dÃa siguiente").
Una de las consecuencias más graves de la falta de inversión, local o
externa, es que el sector privado no puede absorber el millón de
personas que sobran en el Estado entre sus tres niveles y, con ello,
impide resolver uno de los problemas más nefastos de nuestra economÃa:
el gasto público desmesurado.
Esa
posición de los industriales fue razonable durante muchos años y,
aunque la realidad está en un fuerte proceso de cambio, todavÃa no
conseguimos suscitar la confianza necesaria para que la tan soñada
lluvia de inversiones se concrete, salvo en el transporte aéreo y las
energÃas renovables. Pero también es verdad que ellos no han conseguido,
salvo en contadÃsimas excepciones, lograr que sus productos tuvieran
caracterÃsticas de singularidad que los hicieran apetecibles en los
mercados consumidores externos, ya que la industria local puede ser
descripta como 'común' y, sobre todo, poco competitiva.
Las
asociaciones industriales, que pretenden continuar viviendo en una
economÃa cerrada, con protecciones que les garanticen cazar en el
zoológico o pescar en la bañadera, deben dejar de vendernos los
productos "caros" (no se justifica el precio) y pasar a exportar objetos
"costosos" (precio alto justificado por la calidad o la exclusividad)
para competir con Italia, con Francia, con Gran Bretaña, con Estados
Unidos, etc.. ¿Qué quiero decir con esto? Muy sencillo: como hemos
visto, no tenemos un mercado interno de suficiente envergadura como para
sostener una industria que produce bienes escasos y 'comunes', y no
podrá competir nunca con las empresas textiles de otras geografÃas ni
con las fábricas de calzado que producen para cientos de millones de
personas.
Entonces,
¿para qué seguir, como se ha hecho desde hace más de 60 años,
protegiendo a las industrias locales con medidas proteccionistas que nos
impiden a todos vestirnos o calzarnos a precios más bajos? Lo que
debemos hacer es comenzar a fabricar productos de excepcional calidad,
sin importar el precio. Italia e Inglaterra carecen de grandes rebaños
bovinos y, sin embargo, son paÃses reconocidos mundialmente por la
calidad de sus productos de cuero; y Suiza y Bélgica carecen de cacao,
pero son los mejores fabricantes de chocolate del mundo.
Si
vamos a continuar protegiendo a la industria nacional, hagámoslo sólo
durante un breve lapso que deberá usar para reconvertirse y ser capaz de
competir, de igual a igual, en los mercados de gran lujo y, por ello,
reducidos. Si los cueros argentinos son los que llegan a los paÃses
mencionados para ser allà curtidos y trabajados, ¿por qué no hacerlo
aquÃ?, ¿la tecnologÃa no está disponible o nuestros operarios no son
capaces? Lo mismo ocurre con la industria de la moda, en la cual Buenos
Aires sigue siendo un atractivo faro en Latinoamérica. El diseño y la
calidad de nuestros tejidos son reconocidos mundialmente y, sin embargo,
no jugamos en uno de los mercados más interesantes por la relación
costo-beneficio.
No
recuerdo que los buenos fabricantes de zapatos italianos o ingleses, o
los diseñadores de moda franceses reclamaran subsidios o restricciones a
la importación; ni siquiera que protestaran por las imitaciones baratas
que se venden en la calle. Cuando Ferragamo o Bally o Church's o Dior o
Louis Vuitton ofrecen su mercaderÃa a cifras siderales no están
tratando de inundar mercados con sus productos, sino llegar con ellos a
la gente que está dispuesta a pagar sumas muy importantes por usarlos.
Sabemos que los relojes 'de goma' dan la misma hora y valen pocos
dólares; sin embargo, miles de personas están dispuestas a pagar
muchÃsimo por relojes 'de marca'.
Por
lo demás, tengo la más absoluta seguridad de que, si la UIA usara esta
receta, pronto los argentinos vivirÃamos mucho mejor. Y digo esto
porque, por cuidar a los trabajadores de la industria textil o la del
calzado (ésta ocupa 50.000) que, por lo demás, conservarÃan su empleo en
las fábricas de excelencia, se impide a los más pobres
comprar camisetas chinas a $ 50 o zapatillas brasileñas a $ 200. En una
palabra: no se trata de cerrar industrias o de discutir la distribución
mundial del trabajo, sino sólo de cambiar el perfil de nuestros
productos. Espero que, alguna vez, tanto la industria cuanto el Gobierno
escuchen, ya que el apoyo a esta transformación deberÃa convertirse en
una verdadera polÃtica de Estado, indispensable para corregir muchos de
los males aquà descriptos.
En
otro orden de cosas, el decreto de Mauricio Macri que reglamentó la Ley
de Educación modificó la representación de los gremios docentes en la
paritaria nacional, otorgando a cada central que los nuclea la misma
cantidad de asientos en la mesa. Esa medida afectó gravemente a la
CTERA, la confederación de "trabajadores de la educación" (antes
llamados "maestros"), con vocación por perpetuar un sistema obsoleto y
prebendario que utiliza a los chicos como rehenes, expulsa a los alumnos
de los establecimientos públicos y entorpece la gestión del Gobierno
para servir a los bastardos propósitos polÃticos del kirchnerismo
destituyente.
Quien
más sufrirá los embates de la protesta contra la decisión será,
seguramente, la Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires; pero no hay
que preocuparse por ello, ya que MarÃa Eugenia Vidal ha demostrado
tener el coraje suficiente para enfrentar cualquier situación
conflictiva y superarla.
No puedo concluir sin recordar a los integrantes del Poder Ejecutivo una frase que debiera atribuirse a Nicolás Maquiavelo: "en polÃtica, los crÃmenes se perdonan; los errores no"; a quien le quepa el sayo que se lo ponga.
MACHACAR HASTA QUE ENTRE, por Enrique G. Avogadro
Reviewed by InformatedeTodo
on
23:05
Rating: