
El
Gobierno está pagando, en la calle, el precio de una notable
ingenuidad: haber silenciado, al comienzo de su gestión, la homérica
crisis que heredó del kirchnerismo, tan eficiente a la hora de quemar
todas las naves disponibles y el país entero con tal de impedir que
explotaran antes del 10 de diciembre de 2015 los miles de minas con las
que había sembrado el terreno económico y social. Nada dijo, cuando
debió hacerlo, de las cajas estatales vaciadas para robar con obras
públicas y hoteleras, de los millones de jubilados sin aporte alguno al
sistema, de los departamentos y campos por todo el país, de las cajas
fuertes llenas de billetes, de las financieras rosadas, de los aviones y
autos de lujo, de los robados subsidios a los trenes y colectivos, de
las cuentas en Seychelles, de la apropiación de empresas y actividades
enteras, de la pérdida del autoabastecimiento energético, .
La
razón presunta de tal torpeza también fue de una inocencia grave:
evitar que los inversores se espantaran ante la magnitud del desastre
encontrado; con eso, mostró ignorar que éstos siempre saben todo acerca
del país en el cual planean aumentar su presencia o ingresar. Las obvias
contrapartidas de ese ocultamiento inicial fueron la falta de
percepción de la ciudadanía sobre la realidad y la consecuente
intolerancia social hacia las amargas pero indispensables medidas que,
pese al lógico gradualismo, hubo que adoptar de inmediato.
Otra
costosa falta de cintura política fue dejar que los jueces federales
intuyeran que la Casa Rosada prefería a Cristina Elisabet Fernández en
libertad, para utilizarla como permanente sparring electoral y
agente disolvente de cualquier tentativa de reunificación del peronismo,
para poder negociar con fracciones de éste y no tener enfrente a una
oposición unida y blindada; el jueves, en torno a sus fieles, volvieron a
reunirse muchos de los perdedores del PJ.
También
pecó el Gobierno al confiar en los pactos que firmara con los
gobernadores, por los cuales estos se comprometieron a obtener de sus
diputados una posición favorable a las leyes que el oficialismo -en
realidad, la República- necesita con urgencia, al igual que en los
acuerdos con los líderes gremiales, a los que aflojó vanamente la bolsa
de recursos. Olvidó así el consejo de un viejo militante del PJ, con la
piel curtida en trenzas políticas: "a nosotros se nos debe cobrar al contado y pagar en cuotas".
Y
quizás la peor fue no informar con claridad y transparencia a toda la
sociedad en qué consistía el proyecto de reforma previsional, lo cual
habilitó al kirchnerismo, a la izquierda y a los oportunistas de siempre
a montarse sobre la natural inquietud de los jubilados a los cuales,
convengamos, cualquier alteración de sus magros emolumentos preocupa, y
mucho.
Pero,
más allá de la ingenuidad, de la torpeza y de la mala comunicación, lo
que Argentina está viviendo en las calles desde que Mauricio Macri
asumiera, y también en el sur del país con el terrorismo mapuche, es
literalmente un golpe de Estado.
Ese
golpe no se da solamente en la calle, donde confluyen piqueteros de
todos los colores y nacionalidades (la enorme mayoría de los heridos del
jueves son extranjeros) -pero un único bolsillo- con los grupos
tradicionalmente terroristas de la izquierda radicalizada. Dentro del
recinto de la Cámara de Diputados, el escenario fue mucho peor; se
juntaron para ejercer la violencia y el patoterismo e impedir el
funcionamiento de la democracia, a través de los representantes electos
hace sólo dos meses, los delincuentes preocupados por su libertad, los
ladrones de toda laya, los energúmenos representantes de esa izquierda
petardista y los peores tránsfugas del escenario político; allí estaban
Máximo Kirchner, Agustín Rossi, Leopoldo Moreau, Axel Kiciloff, Andrés
Larroque, Nicolás del Caño, Victoria Donda y las grandes figuras del
massismo.
Todos
ellos, con una cara más dura que el cemento, no hesitaron en
interrumpir una sesión legislativa, convocada para tratar la reforma
previsional, invocando el imposible respeto al 82% móvil, esa meta que,
cuando fue alcanzada por ley durante el reinado absoluto de Cristina,
ella vetó sin contemplaciones, mientras falsificaba las estadísticas
nacionales para ocultar la inflación galopante que legó a su sucesor.
Ver a esa facción canalla, que convirtió por más de una década el
Congreso entero en un recinto donde sólo se levantaba la mano para
aprobar sin discusión todos los disparates que sus jefes imaginaban,
hablar de la "dictadura" de Cambiemos, que no tiene mayoría en ninguna
de las cámaras, no hace más que confirmar los peores pronósticos. Y más
repulsivo fue verlos salir luego, exultantes y a carcajadas, por haber
impuesto su voluntad por la fuerza y haber ganado una baza para el
destituyente "club del helicóptero".
Es
eso lo que pretenden, que Macri se vaya, y lo conseguirán sin duda si
tanto el Gobierno cuanto los ciudadanos de a pie no lo impedimos, con
toda la fuerza de la Constitución y de la ley. Todos debemos cambiar
nuestra forma de pensar respecto a la seguridad, en especial las jóvenes
generaciones a las cuales el kirchnerismo lavó la cabeza durante toda
su gestión. No podemos permitir un minuto más que los violentos se
apoderen de nuestro país y de nuestras calles, y reprimir con toda
severidad y firmeza a quienes, una vez más, quieren arrebatarnos el
futuro para continuar con el latrocinio miserable que nos trajo hasta
aquí.
El
Juez Marcelo Martínez de Giorgi archivó, sin siquiera investigarlas,
las denuncias que formuláramos el Dr. Eduardo San Emeterio y yo contra
Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto y las organizaciones de pseudo
derechos humanos por la reinvindicación de la guerrilla que expresaran
en la Plaza de Mayo el 24 de marzo último, mientras convocaban a echar a
Macri de la Presidencia; sostuvo que pretendíamos limitar la libertad
de expresión. Si, a esta altura estuvieran procesados, tal vez otro ya
sería el cantar.
Aplaudo,
sin restricción alguna, a la Ministro de Seguridad, Patricia Bullrich,
por la forma en que conduce y respalda a las fuerzas bajo su mando, y al
Presidente Macri por sostenerla contra todas las críticas; Lilita Carrió,
a quien mucho respeto, cometió una mayúscula estupidez el jueves cuando
criticó por excesivo el aparato de disuasión montado en torno al
Congreso. Porque eso fue, un anillo de seguridad para evitar que las
hordas de encapuchados, armados con hondas, palos, piedras y bombas
molotov pudieran llegar al edificio legislativo, mientras los efectivos
que lo conformaron sufrían todo tipo de agresiones; si estos mismos
terroristas intentaran acciones similares en Cuba, Venezuela, Bolivia,
Rusia o Irán, recibirían algo mucho más definitivo que balas de goma y
gas pimienta.
Diciembre
es, tradicionalmente, un mes de protestas y piquetes, pero ahora
estamos presenciando una gimnasia subversiva y destituyente que, como
siempre, busca obtener muertos para usarlos como ariete contra la
República. Raúl Sendic, fundador de los Tupamaros, sostenía que había
que golpear sin descanso a la democracia burguesa hasta que ésta se
hartara y reprimiera, mostrando así al enano fascista que todas llevan
dentro. Eso, nos guste o no, es lo que tenemos servido en la mesa de fin
de año; espero que sepamos lidiar con ello.